El árbol aparte de su valor intrínseco como ser vivo, como majestuosa creación de la naturaleza, es una importante contribución a la calidad de vida urbana. Tenerlo en nuestro barrio, verlo a lo lejos recortando el contorno de los cerros, marcando, como bandera, los lugares en que vivimos, contribuye a nuestro goce de la vida. También, como el árbol, otras cosas en la ciudad contribuyen a nuestro disfrute de la vida.
En el ámbito urbano, normalmente entendemos el concepto de Calidad de Vida, especialmente en nuestros países subdesarrollados, como la calidad del acceso a infraestructuras que se consideran fundamentales, tales como el alcantarillado, el agua potable y la electricidad. Las Naciones Unidas comparan la calidad de vida entre los países mediante parámetros como estos, agregados, por supuesto, a otros relacionados con ingresos, acceso a la educación y la salud, esperanza de vida, etc. Sin embargo, estos parámetros, que dan puntaje para el concurso de quiénes son los más desarrollados, son como lo mínimo que se puede pedir. Son como un derecho humano.
A esta altura del desarrollo de la humanidad no es más que un derecho básico poder vivir con agua en el interior del domicilio, poder alumbrarse en la noche y no salir al patio para las necesidades elementales. Tenerlos no implica necesariamente vivir en un ambiente que sea atractivo, diverso, interesante o que nos dé oportunidades para relacionarnos con nuestros semejantes. No implica tampoco que nos sintamos acogidos por nuestra parte de la ciudad, identificados con ella, ni comprometidos con su mantenimiento y transformación ni, menos aún, que tengamos algún nivel de control sobre ella. Estos valores, estas posibilidades que puede brindar la ciudad, son los que en definitiva nos, hacen disfrutarla - o no -, los que nos permiten - o no, desarrollarnos sostenidamente como individuos y como grupo.
¿Por qué? Pues porque tal como los niños que crecen sin estímulos son luego personas de desarrollo más retardado y a los que les cuesta crear aficiones, especialidades y relacionarse saludablemente con sus semejantes, también la falta de un entorno en el barrio que sea diferente, que sea como un desafío a descubrirlo, a usarlo y a gozarlo, que acoja y brinde oportunidades para el encuentro y la socialización implica sentido de pertenencia al grupo y al espacio. La calle, el barrio son nuestro medio y la calidad de éstos marcan nuestro crecimiento.
Carlos Rubio, publicado en www.atinachile.cl
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